Una experiencia de caridad en la IV Jornada Mundial de los pobres
Hacia la jornada
Unos días antes de la llegada de la jornada mundial de los pobres a la que nos llama Francisco, entre los amigos que vivimos la experiencia de Comunión y Liberación en Maschwitz en la parroquia San Antonio de Padua comenzamos a preguntarnos cómo vivir ese día.
Durante este año después de mucho tiempo de buscar juntos un gesto de caritativa estable, en las circunstancias menos adecuadas, habíamos entablado una relación de amistad con una familia del barrio San Miguel cercano a nuestras casas -barrio que ha signado una y otra vez nuestra apertura maravillada hacia los pobres. Veces anteriores habíamos sido enriquecidos por personas pobres de ese mismo barrio, particularmente por nuestro primer gran amigo, Esteban Róbalo, fallecido hace ya 5 años. Esta vez habíamos sido encontrados por la familia María y César formada por personas a las que Francisco llama los santos “de la puerta de al lado”: “«aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios», pero de los que nadie habla”.
Con María a la cabeza durante este año hemos realizado ollas populares todas las veces en que el Covid nos dejó. Han sido encuentros donde hemos podido ponernos a disposición de personas cercanas que están pasando por momentos de dificultad para llevar el pan a su mesa. Muchos amigos han participado de distintas maneras, siempre finalizando la cocción de los alimentos y sirviendo los platos “para llevar” en casa de María con ayuda de su familia y de algunos amigos suyos que se ponían a disposición.
¿Cómo podíamos vivir la “jornada de mundial de los pobres” sin que este gesto representara colocarnos en posiciones de dadores ricos y recibidores pobres? Hemos conversado sobre esto en un encuentro previo cargado de los dones y temperamentos de nuestra amistad. Llegamos, en ese momento, a una primera conclusión: íbamos a hacer una fiesta con nuestros amigos, los santos “de la puerta de al lado”. Fiesta que tendría que ser acotada por restricciones a causa de la pandemia. Luego de la fiesta podríamos hacer otro gesto juntos con gente del barrio San Miguel.
María aceptó la invitación y nos propuso terminar la jornada visitando para la merienda a varias familias del barrio que le habían estado pidiendo conversar. En ese momento debíamos llevar una torta para compartir y una imagen de la virgen como signo visible de nuestra pertenencia a una misma comunidad.
La jornada
Llegó el domingo 15 y nos juntamos en casa de Lalo para festejar con un asado. Comimos, conversamos, cantamos. Luego nos preparamos para salir a compartir con las familias que nos esperaban –a María no paraba de sonarle el WhatsApp.
Ya desde el inicio una cosa era clara: el día había comenzado con una fiesta porque la vida es un don, María nos lo recuerda cada vez que intercambiamos un mensaje. Nosotros íbamos a compartir ese don, a llevar esa certeza que habita nuestras conciencias de hijos.
Nos dijimos: “Es en la comunión entre nosotros los creyentes como se expresa el Espíritu, por eso hacemos este gesto juntos. Y es en nuestra unidad en cuanto estamos unidos al obispo de Roma como se asegura nuestra pertenencia al Cristo real no a nuestra idea de él. Esta es la primera razón que nos mueve a seguir los gestos que nos propone Francisco como gestos de unidad. Una unidad que no busca “demostrar fuerzas”, sino que es motivo educativo para ayudarnos a volver nuestra mirada a su Acontecimiento.”
Compartimos también parte del mensaje de Francisco y rezamos a la Virgen pidéndole que “transforme la mano tendida –nuestro gesto- en un abrazo de comunión”.
En el barrio compartimos con amigos de María
Llegados al barrio nos dividimos en tres grupos porque teníamos que visitar a 12 familias y así podríamos llegar a ver a todos.
¿Qué encontramos? Ante todo, personas abiertas, deseosas de recibir para compartir. Personas vulnerables, disponibles a dialogar, a ser comprendidas, abrazadas. La mayoría personas de trabajo con historias de esfuerzo. Tuvimos encuentros llenos de libertad en los que no prevaleció ninguna pretensión –Francisco nos había pedido que no hiciéramos pesar nuestra presencia. Hemos sido alegrados por sus sonrisas y nos hemos conmovido con sus dolores.
Vimos en acto un albor del deseo de participar mutuamente en la vida de la misma comunidad. Francisco nos lo recordó en el mensaje.
Fue un día cargado de encuentros que nos han permitido acompañar la pasión de nuestra amiga María. La jornada terminó con la conciencia de un paso de profundización en la amistad con su familia y con aquellos que el Señor pone en su camino. Dimos otro paso del camino a “la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros”